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ENTRE EL SILENCIO, LA PAZ Y LA SERENIDAD
L. Fernando de la Sota

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Es conocido, que los cementerios son un remanso de paz  que proporciona una tranquila serenidad incluso a los que lo visitan por circunstancias dolorosas, gracias a l silencio que en ellos se disfruta. 

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Y eso ocurre con independencia de que se trate de grandes Campo santos urbanos, con importantes y ricas sepulturas  o panteones, que en los de cualquier pueblo, por pequeño que sea,, siempre pegados a las tapias de sus respectivas iglesias.

 

Pero esas sensaciones, se aumentan y se perciben con especial intensidad, cuando como en el Valle de los Caídos de Cuelgamuros, se unen  a la sombra de la gigantesca cruz, el maravilloso entorno de su paisaje y la sobria presencia de la Comunidad benedictina, que amorosamente reza diariamente por los miles de fallecidos allí enterrados, sin distinción de ideologías. .

 

Pero esa paz, ese silencio y esa serenidad, dentro de dos días va a ser interrumpida por el ruido de una perforadora primero y una grúa  excavadora  después, con la que se van a desenterrar en la Basílica, los restos del Jefe del Estado anterior, Francisco Franco, cuya custodia fue encomendada hace cuarenta y cuatro años por el rey de España a esa orden benedictina. Y esto ocurre con la oposición del Prior de la Orden, sin el permiso de su familia y gracias a la decisión de un tribunal, que ha considerado esa exhumación de “urgente necesidad”.

 

No es la primera vez. En los turbulentos primero meses de la guerra civil, los miembros de ese mismo partido, que formaba parte del gobierno popular de la zona republicana, entraron a saco en las iglesias y conventos, y tras asesinar a obispos, monjes, monjas, sacerdotes  y seminaristas,  profanaron los sepulcros que había en ellas, y en muchos casos  sacaron sus restos a la calle para su burla y escarnio.

 

Esta vez no se ha llegado a tanto, en algunos casos seguramente no por falta de ganas, pero si se ha producido una violación de derechos religiosos y familiares, que pueden abrir un precedente de incalculables consecuencias en otros sitios. Ya que simplemente invocando esa nefasta Ley de la mal llamada Memoria Histórica, cualquier autoridad en cualquier sitio de España, puede entrar en cualquier espacio sagrado, hasta ahora inviolable, y desenterrar los restos de los allí enterrados si considera que pertenecen a personas que no eran políticamente de su agrado.

 

A partir de ahora, cuando en las Eucaristías ,el celebrante nos pida como es ritual, que recemos por “el Papa, los obispos y los demás pastores que cuidan de tu Iglesia”, muchos españoles, efectiva mente rezaremos, con más devoción y fervor que de costumbre, para que Dios perdone, a todos aquellos que por su silencio culpable, su tibieza, o su ingratitud, hacia una de los políticos que durante su mandato más se han distinguido por su apoyo a la Iglesia y más beneficios y privilegios la hayan concedido, Y sus nombres quedarán marcados por la Historia, y en la memoria de los católicos españoles. 

 

Luis Fernando de la Sota Salazar  


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