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Ediles ejemplares

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Pero no por aquello de la ejemplaridad como sinónimo de bien ser o de bien hacer, sino precisamente por todo lo contrario. Como ejemplares de ediles poco recomendables.
 

Hubo una época, en la que aquellos que entre otras cosas nos dedicábamos a opinar sobre temas políticos, solíamos poner énfasis en que una cosa eran las elecciones con carácter nacional o europeo, e incluso las autonómicas, y otra las municipales.


Sobre todo en circunscripciones pequeñas. Aunque también esa opinión podía ser extensible a ciudades medianas e incluso grandes. Y nos basábamos, en el hecho de que en los núcleos o más reducidos o más concretos, sus habitantes se conocen más, e incluso saben de la vida y milagros de sus familias a través de generaciones enteras, y por lo tanto, era mucho más fácil elegir a los mejores, o a los menos malos, y no como a
nivel nacional que en muchas ocasiones, se votaba a las listas de los partidos pero sin conocer a la mayoría de los que aparecían en ellas.

 

Craso error. La perversión del sistema, que permite formar gigantes- es decir mayorías- incluso aunque sean antinatura, con conjuntos de enanos, el enfrentamiento cainita de los partidos y por lo tanto la de sus partidarios, que trae consigo la triste decisión de votar, no a favor de unos, sino fundamentalmente en contra de los otros, anteponiendo sus propios intereses a los intereses generales de España, hace que en estos momentos tengamos en muchos casos, unos representantes municipales no solo indignos e ineficaces, sino también en casos, absolutamente impresentables.


Por la derecha, por los casos de corrupción que se han venido destapando, en comunidades y en diferentes pueblos y ciudades en donde se ha metido la mano de una forma escandalosa. Y por la izquierda, no solo por el mismo motivo, que también, sino por la sola forma de ejercer su representación institucional, haciendo alarde de su chabacanería, desaliño y mal gusto, para vergüenza de sus representados y asombro de los extranjeros que nos visitan por unos u otros motivos.


Así lo hemos podido comprobar a lo largo de esta legislatura, en los casos de los respectivos alcaldes de La Coruña, del Ferrol o de Cádiz. Y por motivo diferente, en el caso del edil de Santiago de Compostela,¡pobre Galicia!, que en el pregón de las fiestas, permitió que se ofendiera de manera zafia y denigrante, los sentimientos y las creencias religiosas de los compostelanos.


Pero en donde hay que hacer mención aparte, porque merecen la distinción de este título de “ejemplaridad”, es en el gobierno de las dos alcaldesas de Madrid y Barcelona, que no pasarán precisamente a la historia por su buen hacer en sus respectivas y más importantes ciudades de España, sino por haber sido las peores, sectarias e ineficaces de sus historias.


En el caso de la primera, la jueza Manuela Carmena, a pesar de presumir de su titulación, con un oscuro pasado político, y de ir de anciana apacible es la que ha ido permitiendo, sosteniendo y defendiendo sectariamente a sus concejalas y concejales, autores de las felonías de las cabalgatas de Reyes, los espectáculos de títeres, e incluso imputados, unas veces por el asalto a la capilla de una Universidad, y otras por el enfrentamiento con su propia Policía municipal, que les ha denunciado por odio, que ha
disuelto su sección de antidisturbios, se supone que para que hagan frente a los malhechores con buenos consejos y palmadas en la espalda, situándose en cambio a favor de ocupas y manteros, sin conocérsele otra acción en beneficio de Madrid que no haya sido su enfermiza obsesión por borrar y estigmatizar cualquier nombre o recuerdo del régimen anterior y perseguir a los madrileños que tienen coche.


Y en de la segunda, Ada Colau, sin más mérito en su historial que su activismo antisistema, del que siempre ha vivido, donde no se sabe que es mayor, si su conocida ignorancia histórica, su obsesión antimonárquica, su simpatía por el separatismo catalán, o su afición, compartida con la de Madrid, de suprimir cualquier signo según ella, “fascista”, en su ignaro conocimiento.

 

Tampoco pasará a la Historia, salvo para recordar que ha ahuyentado a importantes empresas, ha dejado perder sustanciosos eventos, persigue a los turistas, mima a los okupas, y eso sí, prohíbe la entrada en sus ferias a los militares, y consiguiendo que Barcelona sea hoy más sucia y más pobre en lo económico y en lo cultural.
 

Ojalá, que estos ejemplos hayan abierto los ojos a los partidos a la hora de presentar candidatos, y sobre todo a los votantes en las futuras y ya próximas elecciones, para no repetir errores, repensar serenamente los resultados de nuestras decisiones y que podamos librarnos de extraños experimentos y dignifiquemos la vida municipal.


L. Fernando de la Sota

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